Como llegué a la lactancia artificial

En un post anterior os conté cuáles eran mis planes respecto a la alimentación de mi hija durante sus primeros meses de vida. También os adelanté que la realidad superó todas mis expectativas, lo que provocó que mis planes se fueran al traste. Hoy os cuento los detalles y cómo terminé asumiendo que la lactancia artificial era nuestra mejor opción.

El día de mi cesárea tardé una hora y media en volver a la habitación tras la intervención. Daniela estaba durmiendo en su nido y los médicos habían dejado unas instrucciones muy claras a mis familiares. En dos horas tenía que comer, se hubiera despertado o no, hubiera vuelto yo o no. Eso dejaba media hora de margen desde mi llegada a su primera toma, y lo cierto es que cuando pasó yo no estaba como para iniciar la lactancia materna. Los efectos de la anestesia eran ya mínimos y la herida dolía cada vez más, así que le pedí a mi madre que le diera la cantidad que nos habían dicho de leche de fórmula.

Y así seguimos casi todo el día. Como dije en el anterior post, me sé la teoría a la perfección. Sé que el éxito de la lactancia materna depende en gran medida del momento en que se inicia. Pero en aquellos momentos me sentía incapaz de poner a Dani al pecho. No podía moverme por la cesárea, ni siquiera podía ver a mi hija salvo que pusieran el nido en un ángulo adecuado porque, incluso teniéndola en brazos, no podía girar el cuello para mirarla. No me parecía que existiera postura adecuada que no implicará poner a la peque sobre mí, y me dolía todo demasiado como para colocarme casi 4 kilos encima.

Tras la primera noche, en la que apenas dormí 20 minutos, sí lo intenté aunque seguía sin poder moverme. Daniela se enganchó al pecho perfectamente y ahí pensé que podría llevar a cabo mis planes. Pero un rato después, el ginecólogo me dio luz verde para levantarme de la cama y a partir de entonces nada de mi posparto fue como había imaginado.

Tengo un historial médico amplio, con una veintena de operaciones a mis espaldas. Considero que mi umbral del dolor es bastante alto. Quizás por eso me pasé de lista al pensar que una cesárea era pan comido. Ni siquiera me había planteado otra posibilidad. Así que cuando me bajé de la cama y empecé a tener unos de los dolores más bestias de mi vida, creí que algo tenía que estar yendo mal.

Cuando llegó el ginecólogo y me pidió que le explicara que me pasaba, lo único que fui capaz de decirle es que sentía como si me estuvieran apuñalando (el dolor era tan grande, intermitente y concentrado en un único punto que no se me ocurría otra manera de describirlo). Él me contestó que había mujeres que decían eso, otras que hablando de cristales en la herida y otras que directamente les decían que parecía que aún no hubieran parido. Lo que estaba teniendo eran dolores de entuerto que se habían intensificado al comenzar la lactancia.

Ya sabía lo que eran dolores de entuerto, pero había leído que eran más frecuentes tras un segundo parto y nunca había imaginado que podían llegar a ser tan fuertes. Tras mi experiencia he hablado con muchas mujeres y ninguna me los ha descrito con esa intensidad. Era una sensación muy frustrante porque a mí la herida de la cesárea no me dolió ni un solo momento, así que me encontraba perfectamente hasta que el dolor llegaba de golpe y no podía moverme.

No estaba físicamente bien, pero tampoco psicológicamente. Los primeros días de vida de mi hija no fueron como yo los imaginaba. No me podía creer que precisamente la vez que antes necesitaba recuperarme se me estuviera haciendo tan cuesta arriba. No pude vestir a Daniela, ni salir con ella en brazos del hospital o darle su primer baño. Todos los momentos que con tanta ilusión había esperado estaban enturbiados por el dolor y eso me entristecía. Cuando llegué a casa dolorida, cansada y desanimada, ni siquiera me planteé no comprar una caja de leche.

Intentaba poner a Daniela en el pecho, pero cada vez era más difícil porque ella ya se había acostumbrado al biberón. Mi intención entonces fue favorecer la estimulación con el sacaleches, pero entonces entraron en juego las visitas. Por suerte, todas las que recibía eran de personas que me importaban y nunca me molestaron. Pero lo cierto es que cada vez que me sentía con ánimos de usar el sacaleches alguien llamaba a la puerta. La mayoría de los días no era hasta por la noche cuando podía usarlo, y en más de una ocasión acabé quedándome dormida en el intento.

Todas las señales de la subida de leche que había tenido los primeros días fueron desapareciendo. Lo máximo que conseguí extraer con el sacaleches fueron 10 ml. En paralelo, Daniela comenzó con cólicos y me preocupaba más encontrar una leche o biberón que le sentara bien que la lactancia materna. Así que el decimotercer día después de mi parto, sin que se hubiera producido la subida de leche, desistí de mi plan inicial y asumí que mi hija se alimentaría con lactancia artificial. Y me sentí bien.

2 comentarios

  1. Rosario
    abril 17, 2018

    Lo importante es que tanto tú como el bebé se encuentren bien. si tú estás bien de ánimos ella/ el lo notarán.Todo sea por su bien y nadie tiene porqué juzgar a nadie.

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    1. Una madre legal
      abril 18, 2018

      No puedo estar más de acuerdo contigo. Lo importante es que madre y bebé esten bien.

      Responder

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