Muchas mujeres y sus parejas ocultan que necesitan ayuda médica para ser padres por vergüenza, por miedo a ser tratados como personas menos válidas. Tengo muchísimas anécdotas en relación a esto, pero creo que la situación que más me asombró me ocurrió yendo a una de mis revisiones. En el metro me encontré con una trabajadora de la clínica de fertilidad y la saludé. Aunque me devolvió el saludo lo hizo de manera distante. Unos minutos más tarde, ya en la clínica, me dijo que la disculpara si me había parecido fría, pero no saludaban a los clientes para evitar que les relacionaran con ese centro. Me pareció completamente surrealista.
Ocultar férreamente cualquier relación con la reproducción asistida no es una actitud que me guste. Creo que dar visibilidad a la infertilidad es la única manera de romper con los estigmas que siguen acompañando a esta enfermedad. Pero respeto a quien decide esconderlo, sobre todo porque he visto como se trata a los que vamos a cara descubierta.
Cuando empecé la búsqueda de mi hija, compartí con todo aquel que se parara a escucharme mis planes. Lo sabía desde mi familia hasta la dependienta de la tienda en la que compraba lana. Luego llegaron los tratamientos y también hice partícipe a mi entorno. Todas las noches a las 21:00h yo sacaba mis cachivaches y me pinchaba las hormonas, sin importar si había alguien en casa o no. Durante la betaespera, compartía mis impresiones (que normalmente eran pesimistas) y cuando tenía el resultado lo contaba e intentaba que los comentarios de ánimo acabaran pronto.
Cuando los tratamientos empezaron a acumularse, cada vez se hacía más cuesta arriba. Era consciente de que me estaba convirtiendo en el centro de comentarios que no me agradaban y que el interés mostrado por algunas personas respondía más al afán de cotilleo que a la verdadera preocupación. Pero seguía convencida de que tratar el tema sin tapujos era la única manera de allanar el terreno a otras mujeres que tuvieran que pasar por lo mismo.
¡Y por fin me quedé embarazada! Había dado tantas malas noticias que, en cuanto lo supe, me dispuse a gritarlo a los cuatro vientos. Ahí llegaron las primeras sorpresas. Hubo personas a las que la noticia no pareció agradarles especialmente, y ni si quiera se molestaron en ocultarlo. Pero en aquellos momentos poco me importaba. Estaba en una nube. Llevaba casi 10 meses luchando y por fin iba a ser madre. Era lo único que importaba.
Por desgracia, la alegría duró muy poco. Dos semanas más tarde sufrí un aborto bioquímico. No exagero al decir que pasaron unos 45 segundos desde que lo supe hasta que me encontré a la primera persona a la que tuve que decirle que las cosas no habían salido bien. Abordé el tema con la naturalidad que merecía, esperando como mínimo un poco de respeto.
Sin embargo, por primera vez desde que había comenzado todo este proceso, los comentarios de la gente consiguieron hacerme daño.
Algunas personas lo hacían inconscientemente. Sus comentarios eran bastante desafortunados pero estaba claro que intentaban animarme. En aquellos momentos hubiera agradecido que se callaran, pero entiendo que es difícil actuar en situaciones así.
Otros simplemente desaparecieron. Mi aborto coincidió con una época festiva e imagino que, entre procesiones y reuniones con amigos o familiares, contestar a los mensajes con algo más que monosílabos era desperdiciar un tiempo precioso.
Y, por último, están aquellos a los que me cuesta imaginar que les moviera algo que no fuera la absoluta indiferencia por los sentimientos ajenos. Recuerdo un comentario especialmente hiriente tres días después de mi aborto. Mi madre destacaba todo lo que me había cuidado, porque yo había entrado en una dinámica en la que repasaba cada momento de mi corto embarazo buscando algo por lo que culparme. La persona que nos acompañaba dijo entonces “pues yo no me tomé ni el ácido fólico y mira, tengo un niño sano”. Y para remarcar su discurso señaló a su hijo de escasos meses. Si me hubiera ocurrido en otro momento y con una persona que no perteneciera al círculo más íntimo de mi familia, puede que hubiera reaccionado de manera muy distinta. Ahora me arrepiento de no haberlo hecho. Entonces solo pude tragarme las lágrimas y subir a casa para no verle la cara a nadie.
Fue entonces cuando decidí ocultarme yo también. Mi último tratamiento de reproducción asistida lo llevé en secreto. Solo informé a mis padres, a dos amigos y a las chicas a las que había conocido a raíz de los tratamientos. Cuando la gente me preguntaba, no sentía ningún remordimiento al decirles que me estaba dando un descanso. No estaba dispuesta a que la información llegara hasta la gente que la había aprovechado para hacerme daño. Y si la única manera de evitarlo era no compartirla con nadie, eso haría.
Me expuse durante un tiempo y no me arrepiento, pero no estoy segura de cómo actuaría en un futuro si tuviera que volver a la reproducción asistida. Siento que quienes participamos de ella no deberíamos contribuir a la perpetuación de los tabúes que existen a su alrededor. Pero no siempre es fácil dar un paso al frente. Sobre todo si mientras tú confías tu intimidad, ves a parejas mentir en los meses que tardaron en concebir o negar que estén en tratamiento. Al final una se cansa de comulgar con ruedas de molino.
octubre 23, 2017
Yo conté todo durante mi paso por la SS. Pero al pasar a privado decidí que lo haría con el positivo porque la gente preguntaba, se preocupaba y lo pasaba mal. No había necesidad. Salvo mía padres y alguna amiga el resto no supo nada más. Mi primer tratamiento en el privado fue positivo pero bioquimico tb, menos mal que no había dicho nada. Luego en el último espere a la semana 12 directamente porque estuve manchando. Pero como tú dices, siempre he sido muy natural con todo esto y ni me avergüenza ni me siento mal por ello. Un abrazo!
octubre 23, 2017
Desde que conocí tu blog, cuando estaba en plena búsqueda, me sentí muy identificada con tu historia y tu forma de llevarlo. Me encanta la gente que piensa así 🙂
enero 18, 2018
Yo ni lo oculto ni lo cuento. Quiero decir… Si surge una ocasión propicia en la que hablar del tema, con personas que realmente muestran interés, yo lo digo, no me importa. Pero, cómo hago con muchas otras cosas y pensamientos, no me expongo con cualquiera. Al final gente que realmente se preocupe por tí, suele haber poca. Los amigos más íntimos, la familia más cercana y alguna persona con quién tenías una relación casual y de pronto, una situación así te muestra que es alguien especial en quién puedes confiar.
Mis padres no lo saben (se lo imaginarán pero yo no lo he contado porque no me apetece dar explicaciones constantemente o que estén asociando cada detalle de mi estado de ánimo a esto). Mis suegros saben que estamos en ello pero sin detalles, se enteraron de cuando empezamos y les dijimos que ya nos pensaríamos cuando seguir. Mis dos amigas más íntimas lo saben pero solo hablo con ellas de detalles técnicos, les digo a lo que voy, lo que tengo que ponerme, etc. Pero las implicaciones emocionales no las entiende nadie que no esté en esto, así que paso, al final yo lo llevo bien y no quiero contarles lo malo para desahogarme y que lo interpreten peor de lo que es. Mi chico tiene algún que otro confidente en el trabajo. Y ya está. Nos tenemos uno al otro y yo… El 2.0, que es una maravilla.
enero 18, 2018
Completamente de acuerdo con tu mensaje. Seguramente, después de todo lo que viví, si algún día vuelvo a reproducción asistida, mi actitud sea muy parecida a la tuya.
Mi experiencia también me enseñó que gente a la que realmente le preocupara había muy poca. Y también encontré mucho apoyo en el mundo 2.0. Ahí es donde puedes coincidir con gente que pase por lo mismo y, por tanto, entienda cómo puedes sentirte en un momento dado.
¡Mucha suerte!